TRISTIS PRINCIPI
- RossTPonce
- 10 nov 2023
- 4 Min. de lectura
I
Él era el príncipe de la noche, el señor de los cainitas, los descendientes de Caín, el primer asesino. Él era el que gobernaba con sabiduría y justicia sobre su clan, el que protegía a los suyos de los cazadores, los rivales y los enemigos. Él era el que tenía el poder, la riqueza y el respeto de todos.
Pero él también era el príncipe triste, el que sufría por ser lo que era, el que se odiaba a sí mismo por la maldición que le había caído. Él era el que no podía ver la luz del sol, el que no podía sentir el calor de la vida, el que no podía saborear la comida ni el vino. Él era el que tenía que alimentarse de sangre, el que tenía que matar para sobrevivir, el que tenía que ocultar su verdadera naturaleza. Él era el que no podía amar ni ser amado.
Durante 700 años, él había vivido así, solo, aburrido, cansado. Había visto morir a muchos de sus amigos, familiares y amantes. Había visto cambiar el mundo, las costumbres, las modas, las creencias. Había visto nacer y caer imperios, reinos, naciones. Había visto el progreso y la decadencia, la guerra y la paz, el bien y el mal. Y nada le interesaba, nada le emocionaba, nada le importaba.
Hasta que la vio a ella.
Ella era una humana, una simple mortal, una de tantas que él había visto pasar por su vida. Pero había algo en ella que le llamó la atención, algo que le hizo sentir algo que hacía mucho que no sentía: curiosidad.
Ella era una periodista, una investigadora, una escritora. Ella se dedicaba a buscar la verdad, a revelar los secretos, a contar las historias. Ella tenía una mente brillante, una voluntad firme, un corazón valiente. Ella era hermosa, inteligente, apasionada. Y ella estaba interesada en él.
Ella había oído hablar de él, de su influencia, de su misterio, de su leyenda. Ella quería conocerlo, entrevistarlo, escribir sobre él. Ella quería saber quién era él, qué hacía él, qué quería él. Y él se dejó seducir por su interés, por su audacia, por su encanto.
Él aceptó recibir la visita de ella, en su castillo, en su refugio, en su prisión. Él le abrió las puertas de su mundo, de su historia, de su alma. Él le contó todo lo que ella quiso saber, todo lo que él podía decir, todo lo que él se atrevió a confesar. Y ella le escuchó con atención, con admiración, con comprensión.
Y así, poco a poco, él se enamoró de ella.
Él se enamoró de su sonrisa, de su mirada, de su voz. Él se enamoró de su espíritu, de su carácter, de su bondad. Él se enamoró de su vida, de su sueño, de su pasión. Él se enamoró de ella, como nunca se había enamorado de nadie.
Pero él también se torturó por ella.
Él se torturó por ser lo que era, por lo que le había hecho, por lo que le podía hacer. Él se torturó por la diferencia, por la distancia, por la imposibilidad. Él se torturó por el peligro, por el riesgo, por el destino. Él se torturó por ella, como nunca se había torturado por nadie.
Él sabía que no tenía derecho a amarla, que no podía ofrecerle nada, que no podía hacerla feliz. Él sabía que era un monstruo, que no merecía su amor, que no podía corresponderle. Él sabía que tenía que dejarla ir, que tenía que alejarse de ella, que tenía que olvidarla.
Pero él no podía.
Él no podía renunciar a ella, a lo que sentía por ella, a lo que ella le hacía sentir. Él no podía dejar de verla, de hablarle, de tocarla. Él no podía dejar de amarla, de desearla, de necesitarla.
Y ella tampoco podía.
Ella tampoco podía dejar de amarlo, de quererlo, de seguirlo. Ella tampoco podía dejar de confiar en él, de creer en él, de esperar por él. Ella tampoco podía dejar de soñar con él, de vivir con él, de morir con él.
Y así, contra todo pronóstico, contra toda razón, contra toda lógica, ellos se entregaron el uno al otro, se unieron el uno al otro, se pertenecieron el uno al otro.
Y fueron felices.
Por un tiempo.
II
El príncipe y Anca decidieron escapar de todo y de todos, y se marcharon a un lugar lejano y desconocido. Nadie sabe qué fue de ellos, ni si siguen vivos o muertos. Algunos dicen que encontraron la felicidad, otros que fueron capturados, otros que se separaron. La verdad es que nadie lo sabe, y quizás nunca lo sabremos.
Lo único que se sabe es que, una noche, alguien encontró en el bosque una cabaña abandonada, con dos figuras esculpidas en madera, una de un hombre y otra de una mujer, que se miraban con amor. Junto a ellas, había una nota escrita con una letra elegante y antigua, que decía:
"Somos Alexandros y Anca, los amantes eternos, los fugitivos del destino. Hemos vivido una vida de sueños y pesadillas, de luces y sombras, de risas y lágrimas. Hemos conocido el amor más grande y el dolor más profundo, el placer más dulce y el miedo más terrible. Hemos sido felices y hemos sido infelices, hemos sido libres y hemos sido esclavos, hemos sido humanos y hemos sido monstruos.
Ahora, hemos decidido partir, a un lugar donde nadie nos pueda encontrar, ni juzgar, ni dañar. Un lugar donde podamos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin secretos, sin mentiras. Un lugar donde podamos estar juntos, para siempre.
No sabemos si volveremos, ni cuándo, ni cómo. No sabemos si nos recordarán, ni cómo, ni por qué. No sabemos si nos perdonarán, ni quiénes, ni por qué. Solo sabemos que nos amamos, y que eso es lo único que importa.
No nos busquen, no nos sigan, no nos molesten. Déjennos vivir nuestro amor, déjennos morir nuestro amor, déjennos ser nuestro amor.
Somos el príncipe triste y su Anca, y esta es nuestra historia."
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