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El milagro de Jesús María

  • RossTPonce
  • 19 dic 2023
  • 5 Min. de lectura

La noche del 24 de diciembre, en el pequeño pueblo de Jesús María, Jalisco, todos se preparaban para celebrar la Navidad. Las calles estaban adornadas con luces, flores y piñatas, y se respiraba un aire de alegría y paz.

En una humilde casa, vivía una familia muy especial: José, María y su hijo Jesús. Ellos eran los encargados de cuidar el agave, la planta sagrada que daba vida al tequila, el licor más famoso de la región. El agave era el orgullo del pueblo, y también su sustento, pues de él se obtenían muchos productos y beneficios.

José y María eran muy trabajadores y bondadosos, y siempre ayudaban a los demás. Su hijo Jesús, de apenas seis años, era un niño muy inteligente y curioso, que amaba el agave y quería aprender todo sobre él. Él soñaba con ser un gran maestro tequilero, como su padre.

Pero no todo era felicidad en Jesús María. Había un hombre malvado, llamado Herodes, que quería apoderarse del agave y del tequila. Herodes era el dueño de una gran empresa que producía tequila de mala calidad, con químicos y aditivos que dañaban la salud y el sabor. Él quería eliminar la competencia y el prestigio del tequila artesanal, y para eso, planeaba destruir el agave de Jesús María.

Herodes había enviado a sus secuaces a sabotear el agave, cortando sus pencas, envenenando sus raíces y quemando sus campos. José y María se habían dado cuenta de los ataques, y habían tratado de proteger el agave con cercas, alarmas y vigilancia. Pero Herodes no se rendía, y cada vez era más cruel y astuto.

La noche del 24 de diciembre, Herodes decidió dar el golpe final. Él sabía que esa noche, la gente del pueblo iba a la iglesia a celebrar la misa de gallo, y que nadie estaría cuidando el agave. Así que ordenó a sus secuaces que fueran a la casa de José y María, y que les robaran el agave y el tequila, y que luego les prendieran fuego a la casa y al agave.

Los secuaces de Herodes llegaron a la casa de José y María, y entraron por la fuerza. Allí encontraron a Jesús, que se había quedado solo, pues sus padres habían ido a la iglesia a rezar por el agave. Los secuaces lo amenazaron con un cuchillo, y le exigieron que les entregara el agave y el tequila. Jesús se negó, y les dijo que el agave era sagrado, y que ellos no tenían derecho a robarlo ni a destruirlo.

Los secuaces se burlaron de Jesús, y le dijeron que él no sabía nada, que el agave era solo una planta, y que el tequila era solo un negocio. Entonces, empezaron a arrancar el agave, y a cargarlo en una camioneta. También tomaron el tequila, y lo tiraron al suelo, rompiendo las botellas y derramando el líquido.

Jesús lloró al ver cómo maltrataban el agave y el tequila, y les rogó que se detuvieran. Pero los secuaces no le hicieron caso, y siguieron con su plan. Cuando terminaron de robar el agave y el tequila, le prendieron fuego a la casa y al agave, y se fueron, dejando a Jesús solo y desamparado.

Jesús se refugió en un rincón, y trató de apagar el fuego con una manta. Pero el fuego era muy fuerte, y se extendía por toda la casa y el agave. Jesús pensó que iba a morir, y que sus padres nunca lo volverían a ver. Entonces, elevó una oración al cielo, y pidió un milagro.

En ese momento, ocurrió algo maravilloso. El fuego se transformó en una luz brillante, que iluminó toda la casa y el agave. Jesús sintió una paz y una calidez en su corazón, y escuchó una voz que le decía:

- No temas, Jesús. Yo estoy contigo. Soy el ángel Gabriel, y he venido a salvarte. Dios ha escuchado tu oración, y ha decidido hacer un milagro. Él ama el agave, y el tequila, y a ti, y a tu familia. Él ha visto tu fe, y tu valor, y tu amor. Por eso, ha querido premiarte, y castigar a los malvados.

El ángel Gabriel le mostró a Jesús lo que había pasado. El agave y el tequila que habían robado los secuaces de Herodes se habían convertido en piedra, y la camioneta se había quedado sin gasolina. Los secuaces habían sido detenidos por la policía, que los había encontrado en la carretera, y los había llevado a la cárcel. Herodes había sido denunciado por sus crímenes, y había perdido su empresa, su dinero y su poder.

El ángel Gabriel también le mostró a Jesús lo que había pasado con el agave y el tequila de su casa. El agave no se había quemado, sino que había crecido y florecido, dando unos frutos hermosos y dulces. El tequila no se había derramado, sino que había fermentado y destilado, dando un licor puro y delicioso. El ángel Gabriel le dijo a Jesús que ese agave y ese tequila eran únicos en el mundo, y que tenían propiedades mágicas y curativas.

El ángel Gabriel le dijo a Jesús que él podía quedarse con el agave y el tequila, y que los compartiera con su familia y con el pueblo. Le dijo que ese era el regalo de Dios para él, y para todos los que amaban el agave y el tequila. Le dijo que ese era el verdadero espíritu de la Navidad.

Jesús abrazó al ángel Gabriel, y le agradeció por el milagro. El ángel Gabriel le sonrió, y le bendijo. Luego, desapareció, dejando una estrella en el cielo, que señalaba la casa de Jesús.

Poco después, llegaron José y María, que habían visto el fuego y la luz desde la iglesia. Ellos se asustaron al ver la casa y el agave en llamas, y corrieron a buscar a Jesús. Cuando lo encontraron, lo abrazaron con alivio y alegría, y le preguntaron qué había pasado.

Jesús les contó todo lo que había ocurrido, y les mostró el agave y el tequila milagrosos. José y María no podían creer lo que veían y escuchaban, y se maravillaron ante el prodigio. Ellos le dieron gracias a Dios, y al ángel Gabriel, y a Jesús, por haber salvado el agave y el tequila, y por haberles dado un regalo tan hermoso.

Pronto, llegaron los vecinos del pueblo, que también habían visto el fuego y la luz, y que querían saber qué había pasado. José y María les contaron la historia, y les invitaron a entrar a su casa, y a probar el agave y el tequila milagrosos. Los vecinos entraron con gusto, y quedaron encantados con el sabor y el aroma del agave y el tequila. Ellos también le dieron gracias a Dios, y al ángel Gabriel, y a Jesús, por haberles dado un regalo tan hermoso.

Así, la casa de Jesús se convirtió en un lugar de fiesta y de alegría, donde todos celebraron la Navidad con el agave y el tequila milagrosos. Todos se sintieron felices y unidos, y compartieron sus deseos y sus sueños. Todos se sintieron bendecidos y agradecidos, y recordaron el verdadero significado de la Navidad.

Y así fue como el agave, la sagrada familia y la riqueza cultural del pueblo se unieron en un milagro, que hizo de esa noche, la noche más bella y mágica de todas.

 
 
 

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